España y el Mediterráneo: Conquistas reales en el norte de África

Rafael Vidal
Doctor en Historia por la Universidad de Granada
Doctor en Historia por la Universidad de Granada

A finales del siglo XV, doña Isabel, de forma simultánea a la acción de su esposo hacia el este, avanzando por el sur de Europa, se prepara para hacer lo mismo por el norte de África.
Dado que Melilla ya ha sido tomada, quedando en parte libre de las incursiones berberiscas, la costa de Granada, se hace necesario progresar hacia el este, teniendo como hitos importantes las ciudades de Orán, Argel y Trípoli, debiéndose para tener éxito en la empresa, visto el fracaso ante Djerba en 1497, ocupar previamente determinados puntos, fortificarlos, dotarles de la guarnición necesaria, sirviendo de bases avanzadas para continuar con las conquistas africanas.
Se toma como punto de partida a Mazalquivir, aunque tras ocuparla, se observa que ha quedado atrás otro punto que es necesario conquistar: el Peñón de Vélez de la Gomera.
Isabel la Católica quiso hacer realidad su sueño, pero la muerte le llegó demasiado pronto.
Muchos generales y almirantes podrían relacionarse de entre los que sirvieron a los Reyes Católicos, pero entre todos sobresalen dos: Gonzalo Fernández de Córdoba, apellidado “El Gran Capitán” y Pedro Navarro.
El apellido del primero era ilustre y su familia de las más importantes del reino de Castilla, pero no hubiera sido alzado como capitán general en el reino de Nápoles, sino llega a ser por sus méritos castrenses, contrastados de forma efectiva en la guerra de Granada, de tal manera que nada más terminarla, comienza a perfilarse la acción inmediata en el sur de la península italiana, en donde se confrontaban los intereses de Francia con los de la corona de Aragón.
El 24 de mayo de 1495 desembarcaba el ejército español en Mesina, comenzando la llamada primera guerra de Italia. La segunda se inicia desde Málaga en 1501, en el comienzo de la misma nos encontramos a Pedro Navarro al mando de algunas naos vizcaínas.
El Gran Capitán, tras la guerra fue nombrado virrey de Nápoles, perdiendo el favor de don Fernando de Aragón y V de Castilla al morir Isabel, siendo relevado en el mando. Gonzalo Fernández de Córdoba, antes que se produjera este hecho, envió a su lugarteniente, Pedro Navarro, a que aclarara las dudas del monarca, pero la decisión estaba tomada, aunque para éste último comenzaba su etapa bélica como máximo general en el norte de África.

Hombre autodidacta, debía ser muy inteligente, llegando a ser experto en artillería, fortificaciones y en el uso de pólvoras para derribar murallas, pudiéndose calificar como el primer “zapador” del futuro arma de ingenieros.
Su origen marino, su experiencia como capitán de infantería y sus conocimientos en la fortificación y en la artillería, hicieron ver al rey Fernando, que era el idóneo para actuar en el mar Mediterráneo, tanto en su faceta de almirante, combatiendo a los piratas berberiscos, como en la ocupación de puntos estratégicos del litoral, como paso previo a la conquista futura del todo el norte de África, tal como se recogía en el testamento de Isabel la Católica.
El 23 de agosto de 1510, es decir poco después de sus espectaculares conquistas, tuvo que ceder el mando a un joven inexperto, pero hijo del segundo duque de Alba, don García de Toledo, permaneciendo como segundo. El fracaso ante la isla de los Gelves, que posteriormente se tratará, iniciaron el declive de este guerrero. Durante algún tiempo permaneció en Italia al servicio de los reyes, hasta que en 1512 cayó prisionero de Francia, proponiéndole cambiar de bandera, lo que efectuó con el grado de general en 1515.
Participó en las guerras entre Francisco I de Francia y Carlos I de España y V de Alemania, siendo apresado por los españoles y mantenido varios años prisionero. En reiteradas ocasiones se ofreció a su señor natural, don Carlos, sin que este quisiera nunca admitir sus servicios. De nuevo fue cogido prisionero, falleciendo en prisión en 1528, algunos dicen que ejecutado por orden del emperador.
En este trabajo, se trata a Pedro Navarro como general al mando de los ejércitos castellanos en el norte de África.
Toma de Mazalquivir (Mers el-Kebir) 13 de septiembre de 1505
Cerca de trescientos años permaneció, con un breve interregno, a la corona española. En 1708 en la guerra de sucesión cayó en manos del gobernador otomano de Argel, pero en 1732, Felipe V envió al general José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar a recuperarla. En 1792, dos años después de sufrir un terrible terremoto (1790), el rey Carlos IV “vende” la ciudad al gobernador de Argel. Pero veamos las vicisitudes de la conquista:
Cerca de trescientos años permaneció, con un breve interregno, a la corona española. En 1708 en la guerra de sucesión cayó en manos del gobernador otomano de Argel, pero en 1732, Felipe V envió al general José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar a recuperarla. En 1792, dos años después de sufrir un terrible terremoto (1790), el rey Carlos IV “vende” la ciudad al gobernador de Argel. Pero veamos las vicisitudes de la conquista:

Salió la expedición el 20 de agosto de 1505, aunque los vientos de levante le obligaron a regresar, haciéndose a la mar el 3 de septiembre, manteniéndose el mal tiempo, ordenando el almirante Ramón de Cardona refugiarse en Almería. Por fin el 9 del mismo mes mejoraron las condiciones y la flota y se hizo a la mar, llegando el día 11 a la vista de Mazalquivir.
Tanto los reyes como los responsables de la expedición sabían que el efecto sorpresa no existía. La “quinta columna” existente en la ciudad de Málaga y en el territorio circundante, había dado aviso a los piratas berberiscos de Mazalquivir de que una gran flota venía sobre ellos. Tal vez fue una suerte el mal tiempo, dado que al recalar en Almería y la salida consiguiente, hicieron creer que era una fuerza que se proyectaría sobre Italia, por lo que cuando la flota se presentó delante de la fortaleza, solamente quedaba la guarnición normal de la misma.
Diego Fernández de Córdoba, heredero del título castellano de “alcaide de los donceles” y futuro marques de Comares, inicia de inmediato el ataque por mar y tierra. La artillería embarcada somete a un terrible bombardeo a la fortaleza, con tan buena fortuna “que los primeros tiros de la Artillería cristiana mataran al alcaide moro y a tres lombarderos, quebrando y desbaratando la artillería” (VIGÓN, Jorge. Historia de la Artillería Española. Instituto Jerónimo Zurita, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1947. Pág. 357, tomo I), acudiendo en ayuda de la misma una regular fuerza de caballería berberisca, que es repelida por la infantería desembarcada, que se había atrincherado.
Tras el fracaso de los moros, propusieron una tregua de 24 horas, en el sentido que si en dicho plazo no eran apoyados por el rey de Tremecén, la fortaleza se rendiría. El día 13 de septiembre, al finalizar el plazo, salieron los sitiados del castillo, acompañados por sus familias, entrando en él los españoles.
En la fortaleza quedó una guarnición de 500 infantes y cien caballos, con cincuenta piezas de artillería, y el día 24 del septiembre la flota regresó a Málaga, siendo el gobernador propietario el propio Diego Fernández de Córdoba.
Nada más abandonar los españoles la rada de Mazalquivir, se inicia el sitio de la misma por tropas musulmanas, aunque el auxilio constante de la armada castellana, que les proveía de todo los necesario, hicieron desistir al rey de Tremecén de recuperarla.

Aquella derrota motivó la decisión de Fernando el Católico de conquistar Orán y de someter a vasallaje al reino de Tremecén, única forma de alcanzar la tranquilidad en el territorio.
Conquista del Peñón de Vélez (1508):
La derrota ante Orán de 1507, había dado alas a la osadía de los piratas berberiscos, de tal manera que continuamente asolaban las costas del antiguo reino de Granada, seguramente en connivencia con los moriscos que aún lo habitaban, por ello don Fernando, antes de pasar a la conquista de Orán, decide una expedición de carácter más limitado, cubriendo el espacio entre Ceuta, ocupada por los portugueses y Melilla, concretamente el Peñón de Vélez, punto estratégico en donde se guarecían las galeras piratas muy cerca del Estrecho, desde donde asaltaban el continente o atacaban navíos mercantes españolas.
La derrota ante Orán de 1507, había dado alas a la osadía de los piratas berberiscos, de tal manera que continuamente asolaban las costas del antiguo reino de Granada, seguramente en connivencia con los moriscos que aún lo habitaban, por ello don Fernando, antes de pasar a la conquista de Orán, decide una expedición de carácter más limitado, cubriendo el espacio entre Ceuta, ocupada por los portugueses y Melilla, concretamente el Peñón de Vélez, punto estratégico en donde se guarecían las galeras piratas muy cerca del Estrecho, desde donde asaltaban el continente o atacaban navíos mercantes españolas.
Sabía que la decisión le iba a costar un disgusto con sus parientes portugueses, dado que el Peñón se encontraba al oeste de Melilla y por tanto dentro del territorio que el papa Alejandro VI había concedido a Portugal.
En una de aquellas expediciones piratas, los berberiscos habían actuado muy cerca del Estrecho, en las costas del reino de Sevilla (actual provincia de Cádiz), ordenando a Pedro Navarro, que desde Málaga, “con la armada de su cargo y las galeras de Saboya, con tropas españolas e italianas, saliese a castigar a los piratas del Peñón, …” ( MADOZ, Pascual. Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar. Tomo XV. Madrid, 1840, pág. 642). El conde pudo apresar algunas de las galeras en retirada, persiguiéndolas hasta su base que era la ciudad de Vélez (podría ser la Bedis árabe), en aquel momento habitada por siete mil vecinos.
Pedro Navarro, hizo una demostración de desembarco en la ciudad, por lo que la guarnición del Peñón, que cerraba su puerto, se replegó hacia la misma, apoderándose de él las tropas españolas.
Dejó de alcaide de la fortaleza con una regular guarnición a Juan de Villalobos, el cual repelió varios intentos de los moros de reconquistarla, pero en 1522 la plaza se perdió, según se dice por la traición de un soldado español que mató a su capitán porque había escarnecido a su mujer (AFRICANO, León el (Traducción, edición, crítica de Luciano Rubio, con prólogo de Amin Maalouf). Descripción de África y de las cosas notables que en ella se encuentran. Venecia, 1550. Edición Madrid, 1999, pág. 171), quedando en manos de Muley Mahomet, señor de la Gomera.

Entre tanto el territorio pasó a poder del bey de Argel, permaneciendo 38 años en poder de los argelinos.
En julio de 1563 partió de Málaga una fuerza de 24 galeras y cinco mil hombres de armas, al mando de Sancho de Leiva y después de varios intentos tuvo que renunciar a la empresa, retirándose al puerto de origen.
En las Cortes de Monzón de 1564, se pidió a Felipe II que recuperara la fortaleza, dado el daño irreparable que continuamente efectuaban los piratas berberiscos, actuando tan cerca de la costa y perjudicando gravemente el comercio.
Ante ello se organizó un ejército que se concentró en Málaga, al mando del virrey de Cataluña García Álvarez de Toledo y Osorio, compuesto de españoles, piamonteses, napolitanos, sicilianos, alemanes y portugueses. La armada salió de Málaga en agosto de 1564 y después de arduos combates recuperaron el Peñón (6 de septiembre de 1564) y conquistaron la ciudad y el territorio circundante, aunque viendo lo costoso que era la conservación del territorio continental, se replegaron al Peñón, que se fortificó y se dotó de una buena guarnición, siendo muchos de los soldados, presidiarios.
Otras vicisitudes ha pasado el Peñón de Vélez de la Gomera, punto fuerte que aún pertenece a España. En varias ocasiones, al estar tan aislado de la Península ha pasado hambre, de tal manera que en 1662 y en 1812, el gobernador autorizó a abandonar la plaza el que quisiera; en dos ocasiones ha sido diezmada la guarnición por una epidemia, en 1743 por la peste y en 1824 por la fiebre amarilla, habiendo sostenido dos sitios, en 1680 y en 1702.
Para comprender la importancia de las fortificaciones, nos quedamos con la descripción que hace Madoz en su diccionario geográfico, relacionando las baterías de San Juan, la Corona, San Julián, San Sebastián, San Miguel, San Antonio de Papua, San Francisco y San José.
Para la guarnición se disponía de ocho cuarteles que servían a cerca de seiscientos hombres, contando también con un hospital.
Conquista de Orán (1509):
Tal como se ha expuesto en la toma de Mazalquivir, en 1507, don Diego Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles, fracasó en su intento de ocupar Orán.
Tal como se ha expuesto en la toma de Mazalquivir, en 1507, don Diego Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles, fracasó en su intento de ocupar Orán.

El monarca nombró al cardenal capitán general de África, con despacho expedido el 25 de agosto de 1508 y como segundo al conde Pedro Navarro. Cisneros, a pesar de tener más de setenta años, se puso al frente de las tropas.
Las disensiones entre el cardenal y Navarro surgieron desde su inicio, primero porque Cisneros había solicitado que el mando de las tropas se diera al Gran Capitán, a lo que se negó el monarca, sintiéndose Navarro como un “segundón”.
La infantería y la caballería se puso al mando de don Alonso de Granada Venegas (de familia morisca. Descendiente de Sidi Yahya al Nayar y de su esposa Cetti Merien Venegas, luego bautizados en Santa fe como Don Pedro de Granada y Doña María); la artillería a Diego de Vera y la escuadra a Jerónimo Vianelo. Ejercían diversos mandos en el ejército, los ilustres capitanes Gonzalo de Ayora, al que se tiene como primer organizador de la infantería española, siendo el presumible autor de la ordenanza que al efecto ordenó publicar el monarca en 1502, pudiendo decirse que fue el primer “coronel” del ejército español, y Villarroel (MARIANA, Juan de, MOÑINO, José y FLORIDABLANCA, Redondo. Historia General de España. Volumen 2. Biblioteca de Gaspar y Roig. Madrid, 1852. Pág. 210).
La preparación de la expedición se efectuó simultáneamente en Málaga y Cartagena.
En la primera de las ciudades, se amotinó la soldadesca, exigiendo el pago de lo que se le había prometido por enrolarse. Llegó a preocupar a Pedro Navarro la situación creada, apelando a Cisneros, como capitán general, para que decidiera:
“Cisneros, más que fraile, hombre superior á cuantos le combatían, supo dominar el motín con un recurso cómico que prueba cómo conocía el corazón humano. Mandó organizar una especie de procesión con música militar en que pasaban los sacos de dinero, adornados de guirnaldas y ramas verdes, abordo de la nao capitana, y como el cortejo acreditaba la seguridad del pago, embarcáronlos soldados como corderos, acabándose la manifestación tumultuosa” (INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL. VI La conquista de Orán (1507-1509). Internet. Cita a Álvaro Gómez, De rebus gestis Francisci Ximenii, lib. IV, pág. 106).

Al anochecer del día 17 se encontraron a la vista de Mazalquivir, desembarcando la tropa de forma inmediata y sin ningún tipo de problemas, de tal manera que al amanecer del día 18, el ejército se encontraba desplegado y ocupando las alturas dominantes.
Se efectuó un ataque simultáneo por tierra y por mar, aproximándose a tierra las diez galeras, sometiendo a la plaza a un intenso bombardeo, al mismo tiempo desembarcaba en la misma y al pie de la muralla un numeroso destacamento.
Se esperaba mayor resistencia, pero los españoles escalaron los muros y rompieron las puertas, entrando en la ciudad, la cual fue conquistada al cabo de pocas horas de lucha, costando a estos unos treinta muertos, por cuatro mil de los contrarios, a los que había que sumar cinco mil prisioneros.
Parece ser que la falta de respuesta de los árabes tuvo mucho que ver la superstición, según anécdota que cuenta el historiador Modesto Lafuente en su Historia General de España: Uno de los primeros caídos españoles fue el capitán Luis Contreras, al cual lo sarracenos cortaron la cabeza y la pasearon por las calles de Orán, como si fuera el propio cardenal Cisneros, pero algunos cautivos cristianos desmintieron la afirmación. De pronto unas mujeres que observaban la cabeza se dieron cuenta que era de un tuerto, comenzando a gritar y quejarse de que todo estaba perdido y que era una siniestra predicción que el primer hombre que mataban los suyos era un tuerto. El fatalismo árabe hizo lo demás (LAFUENTE, Modesto. Historia General de España. Tomo X, parte II, libro IV. Madrid, 1853, pág. 359).
La razón de la confusión se debió a que Cisneros estaba al frente de la tropas cuando se encontraban delante de los muros, incluso los arengó con su palabra, negándose reiteradamente a retirarse a retaguardia, hasta que por fin fue convencido
Cisneros abandonó el territorio muy poco después de culminar la conquista, de hecho se encontraba de regreso en Cartagena el 24 de mayo, sin querer tomar parte en el reparto del botín y desengañado de la “cruzada” que el quería, se había transformado en una matanza indiscriminada y un saqueo de la zona (Parece ser que con motivo de una reyerta entre soldados españoles, dependientes de unidades de Cisneros y de Navarro, al recriminarle el primero la actitud de los del segundo, este le contestó que “nunca dos generales habían conducido bien un ejército, y por lo mismo haría bien en volverse a su sede; que con la toma de Orán había terminado su misión; que todo debía hacerse ahora en nombre del Rey Católico y no en el suyo, y que dejase el oficio de pelear a los que tenían oficio de soldados”). El 12 de junio escribe a Diego López de Ayala, señalando la satisfacción por la conquista y al mismo tiempo su descontento, por la forma y sus desavenencias con Pedro Navarro (JIMÉNEZ DE CISNEROS, Francisco. Cartas del Cardenal don Fray Francisco Jiménez de Cisneros dirigidas a don Diego López de Ayala, publicadas por Real Orden, por los catedráticos don Pascual Gayango y don Vicente de la Fuente, académicos de número de la Real Academia de la Historia. Imprenta del Colegio de sordo-mudos y ciegos. Madrid, 1867, págs 50 y siguientes).
Las cartas escritas por el cardenal Cisneros y por algunos de sus acompañantes, resultan piezas claves para el seguimiento de la expedición y conquista de Orán. Cisneros pensó que se habían malogrado los proyectos que sobre África tenía la reina Isabel y él mismo.
Dos siglos se mantuvo Orán en poder de la corona española, desde 1509 hasta que se perdió en 1708, durante la guerra de Sucesión. Posteriormente fue reconquistada en 1732 por el conde de Montemar y vendida al bey de Argel en 1794 por Carlos IV.
Conquista de Bugía (enero de 1510):
Biyāya en árabe, habitualmente llamada Bejaïa.
Biyāya en árabe, habitualmente llamada Bejaïa.
Fue conquistada en 1510 y se perdió en manos del imperio otomano en 1555. Pedro Navarro fue el artífice de la conquista, como paso previo a las conquistas de Argel y Trípoli. Tras ocupar la plaza, dejó como gobernador al capitán Gonzalo Mariño.

En aquellos momentos también recibía el vasallaje del rey de Túnez, Muley Yahyia, el cual poco antes de la conquista de Bugia, había enviado unos embajadores a presencia de Pedro Navarro. Las condiciones impuestas y aceptadas, podían hacer presagiar en un imperio español en el norte de África.
Algunas de las capitulaciones del vasallaje son recogidas por Víctor Balaguer:
1. Que el rey de Túnez se obliga a servir como vasallo a D. Fernando, acudiéndole y auxiliándole en cualquier guerra que tuviese, debiéndole el rey pagar la gente de armas que llevase consigo, como era costumbre entre los moros.
2. Que el mismo rey de Túnez se obligaba a poner inmediatamente en libertad todos los cautivos cristianos que estaban en su reino.
3. Que, en reconocimiento de su señorío se comprometía a dar cada año dos caballos y cuatro halcones, ofreciendo poner en rehenes para cumplir todo esto a un hijo que tenía, llamado Muley Boabdil.
4. Que se comprometía que de las costas de su reino no saliese nave alguna que hiciese mal ni daño a los cristianos, ni a sus bienes, obligándose en caso contrario a pagar daños y perjuicios.
El pacto fue firmado en Bugia el 13 de marzo de 1510
Poco después se presentaron también los notables de las ciudades de Tedeliz y de Argel y casi de forma simultánea el rey de Tremecén se declaraba vasallo de don Fernando, a través del alcaide de los donceles, sometiendo poco después de los moros de Mostagan (actual Mostaghanem).
Todos estos acontecimientos, acaecidos en un año, hacían presagiar que se establecería un imperio español en el norte de África, y más cuando pocos meses después, una embajada de Argel, se presentaba al rey en Calatayud y le prometían fidelidad, presentes y la libertad de todos los cautivos cristianos.
La posesión de la plaza de Bugía fue azarosa, más de lo que fueron en general las plazas africanas, y en buena medida a causa de su gobernador Gonzalo Mariño de Ribera, el cual no era el más apropiado para gobernar una plaza y su territorio circundante. Su carácter soberbio e irascible le males quistaron con los caudillos árabes que había prestado vasallaje, los cuales al tener conocimiento del desastre de Djerba se sublevaron. La rebelión fue sofocada gracias a la llegada de Ramón Carroz, nombrado gobernador general, en sustitución del primero con refuerzos, el cual hizo las paces con los alzados, satisfaciendo parte de sus demandas.
Pocos años después (1515) el renegado Arux Barbarroja puso sitio a la plaza. Machín de Rentaría (Machín de Uzanzu, conocido como Machín de Rentaría, fue general del Mar Océano que le concedió Carlos I en 1531, así como un escudo de armas ), que se encontraba en Argel con cinco naos vizcaínas acude en ayuda de del gobernador y a requerimiento de este envió mensajes de auxilio a Mallorca, Valencia y Cerdeña.
Desde Valencia acudió el hermano de Ramón Carroz (o Carrós) Garcerán, el cual acude con todos sus feudos. Tal como se ve, queda mucho de medieval en la guerra del Renacimiento y en el inicio de la edad Moderna.
En el mes de noviembre llegó a la plaza Miguel de Guerrea con nuevos refuerzos para impedir su caída y obligar a levantar el sitio.
Machín de Rentaría realizó una salida efectiva, en la que murió uno de los hermanos Barbarroja: Xaca, y Aruz parece que perdió un brazo, teniéndose que retirar los sitiadores.
Conquista de Argel (1510)
El historiador artillero, Jorge Vigón, en su Historia de la Artillería Española, indica que para la conquista de Argel se organizó un ejército de 30.000 infantes, mil caballos, 120 piezas de artillería, servidas por 220 artilleros, mandados por 60 gentiles-hombres. La artillería se encontraba al mando del propio capitán general de dicho arma, Diego de Vera y Mendoza, que lo era con tal cargo desde 1508, no conociéndose si fue nombrado antes o después de la toma del peñón de Vélez de la Gomera, en donde ejerció el mando de los cañones.
El historiador artillero, Jorge Vigón, en su Historia de la Artillería Española, indica que para la conquista de Argel se organizó un ejército de 30.000 infantes, mil caballos, 120 piezas de artillería, servidas por 220 artilleros, mandados por 60 gentiles-hombres. La artillería se encontraba al mando del propio capitán general de dicho arma, Diego de Vera y Mendoza, que lo era con tal cargo desde 1508, no conociéndose si fue nombrado antes o después de la toma del peñón de Vélez de la Gomera, en donde ejerció el mando de los cañones.
En algunos textos históricos se habla de la conquista e incluso que fue tomada al asalto por el propio Fernando el Católico, la verdad es que no parece que fue así, sino que la ciudad, al prestar vasallaje su gobernador moro, fue ocupada, dada su importancia por una suficiente guarnición militar.
La mención detallada de la fuerza, expuesta por Vigón, podría ser la que constituía la totalidad del cuerpo expedicionario español en el norte de África, al mando de Pedro Navarro.
Existe otra versión sobre la conquista de Argel (SALVÁ, Miguel y SAÍNZ DE BARANDA, Pedro. Documentos inéditos para la Historia de Espana. Tomo VIII. Madrid, 1846. Pág. 179 y siguiente): Gobernaba el territorio un moro llamado Abencomija, el cual era natural de Granada, habiendo sido comisionado por Boabdil para tratar la capitulación con los cristianos, incluso se había convertido al cristianismo y entrado de profeso en un convento, aunque poco después se embarcó, en el éxodo que se inició a finales del siglo XV y principios del XVI de los musulmanes granadinos a África, desembarcando en Bugía, cuyo rey le nombró gobernador de Argel.
Asentada la conquista de Orán, Pedro Navarro, con una serie de galeras, recorrió la costa en plan de reconocimiento. Conocido por Abencomijo la estancia del general español, le envió regalos y le solicitó una entrevista, en la cual le prometió la entrega de la ciudad, si se presentaba con hombres suficientes para ello, asegurándole que volvería a la fe cristiana.

Vigón en su Historia de la Artillería española, da cuenta de la importancia que van adquiriendo las bocas de fuego en las fortalezas de África, de tal manera que se crean sendas compañías al mando de un capitán cada una en Orán y Bugía, y dos secciones en Melilla y Argel (VIGÓN, Jorge. Historia de la Artillería Española. Instituto Jerónimo Zurita, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1947. Págs 120 y siguientes). Hay que hacer constar que esta artillería se comportaba más como de costa, que de fortaleza, dado que su razón de ser fundamental es precaverse de los ataques desde el mar.
Al igual que el resto de las plazas africanas, tras el desastre de la isla de los Gelves, fue hostigada continuamente por la tribu de los Beni Mezghenna, cuyo caudillo, Bel Salem Toumi, presta fidelidad al sultán turco. La plaza se perdió años después, intentado recuperarla Carlos V, en cuya batalla estuvo a punto de caer prisionero y en donde participó como uno de sus capitanes, el conquistador de México, Hernán Cortés.
Conquista de Trípoli (26 de julio de 1510):
No se dispone del plan de operaciones de España en el norte de África, pero es probable que en una primera fase, se planteara la toma de Trípoli, dejando el desierto de Cirenaica, como tierra de “nadie” con Egipto, que ya pertenecía al imperio turco.
No se dispone del plan de operaciones de España en el norte de África, pero es probable que en una primera fase, se planteara la toma de Trípoli, dejando el desierto de Cirenaica, como tierra de “nadie” con Egipto, que ya pertenecía al imperio turco.
Por ello, nada más asentarse y dejar bien guarnecidas las plazas tomadas, se apresta una nueva fuerza para expandir el nacimiento imperio norteafricano hacia el este.
“Trípoli, a diferencia de otros territorios, era una pujante república de mercaderes bajo la teórica soberanía de los monarcas hafsidas de Túnez. Contaba entonces con 4.000 casas pobladas y 50.000 habitantes pero esa prosperidad se vio arruinada al ser ocupada por la expedición de Pedro Navarro, conde de Olivetto, que colocó la plaza bajo soberanía española.
Su función mercantil se vio sustituida por otra castrense, se procedió a la demolición de barrios y arrabales del lado de tierra, una parte considerable de la población tripolina abandonó la ciudad, y el recinto amurallado fue estrechado para hacerlo mejor defendible, en tanto eran mejoradas y reforzadas las fortificaciones existentes, y diseñadas y edificadas otras nuevas por ingenieros y tracistas hispano-italianos. La más emblemática era el «Fuerte Español» o «Castillo de España», a un tiempo ciudadela que protegía el puerto y residencia oficial de los gobernadores españoles, y luego de quienes vinieron después (sanjuanistas, otomanos, italianos y británicos). Tenido por el edificio más emblemático de la Libia colonial, a la caída de la efímera monarquía senusí el nuevo régimen republicano revolucionario encarnado por el coronel Muhamar El Gadafi procedió a su demolición por considerarlo símbolo de medio milenio de opresión colonial sobre el pueblo libio.
Después de 1510 Trípoli quedó reducida a la mitad de su superficie y a un tercio de su población. Española desde el expresado año, Carlos V la cedió en 1530, junto con la isla de Malta, a los caballeros de San Juan de Jerusalén para compensarles por la pérdida de Rodas, aunque continuó bajo una cierta dependencia de España. Tal situación perduró hasta que en 1551 fue conquistada por Dorghût Rais («Dragut» en la historiografía occidental), quien situó la plaza bajo soberanía otomana” (VILAR, María José. El nacimiento de Libia a la contemporaneidad. Anales de Historia Contemporánea, nº 23. ISSN 0212-65-59. Murcia, 2007).
Después de 1510 Trípoli quedó reducida a la mitad de su superficie y a un tercio de su población. Española desde el expresado año, Carlos V la cedió en 1530, junto con la isla de Malta, a los caballeros de San Juan de Jerusalén para compensarles por la pérdida de Rodas, aunque continuó bajo una cierta dependencia de España. Tal situación perduró hasta que en 1551 fue conquistada por Dorghût Rais («Dragut» en la historiografía occidental), quien situó la plaza bajo soberanía otomana” (VILAR, María José. El nacimiento de Libia a la contemporaneidad. Anales de Historia Contemporánea, nº 23. ISSN 0212-65-59. Murcia, 2007).

Se preparaba una fuerza considerable en Málaga, capitaneada por don García de Toledo, hijo primogénito de don Fadrique, duque de Alba, cuando Pedro Navarro se aprestaba a dar el salto hacía Trípoli.
Auxiliado por las galeras de Nápoles y Sicilia, se dirigió Pedro Navarro, al frente de catorce mil hombres sobre la ciudad.
Las galeras se habían mostrado como piezas claves en la conquista de los puertos de las plazas precedentes, gracias a su poco calado y a su potente artillería.
Empleando el mismo sistema que en otras ocasiones, es decir desembarcando una parte de la infantería en una zona alejado de la plaza, cañoneándola desde el puerto con los cañones de las galeras, procediendo a continuación a asaltar sus muros por las partes del mar y tierra.
Los moros se batieron con la desesperación de saber que no van a recibir ayuda, pero también con el fatalismo que su destino iba a ser el mismo que sus homónimas anteriores. Tras una lucha de varias horas, la ciudad fue tomada y sometida al saqueo usual de los sitios de la época, causando al enemigo una pérdida de más cinco mil hombres.
En la batalla se distinguió el infanzón aragonés Juan Ramírez, primero que asaltó la muralla, muriendo en la acción el almirante Cristóbal López de Amarán y el coronel Díaz Pórrez
Desastre ante la isla de Djerba (1510):
Estando Pedro Navarro restaurando y acrecentando las defensas de la plaza, se presentó en el puerto la escuadra y los soldados de García Álvarez de Toledo y Zúñiga, con los seis mil hombres que había reclutado.
Estando Pedro Navarro restaurando y acrecentando las defensas de la plaza, se presentó en el puerto la escuadra y los soldados de García Álvarez de Toledo y Zúñiga, con los seis mil hombres que había reclutado.
Como el conde Pedro Navarro había enviado heraldos suyos a reclutar hombres en España e Italia, tomó en principio a las fuerzas llegadas como consecuencia de sus requerimientos de refuerzo, pero la verdad es que García de Toledo, traía un mandamiento del Rey Católico, por el cual asumía, pese a su juventud, el mando supremo de los ejércitos, quedando Navarro de segundo.

Había quedado a retaguardia, sin conquistar, un punto clave para la dominación del Mediterráneo central, era la isla de los Gelves, Djerba o Jerba para los musulmanes, la cual había sido intentado conquistar hacía más de diez años,
La isla de los Gelves era una isla de mediana extensión, alrededor de cuatrocientos kilómetros cuadrados, que cerraba el paso y protegía una enorme ensenada, en donde podían descansar, al abrigo de cualquier ataque del exterior, cientos de galeras y embarcaciones de otros tonelajes.
Trípoli nunca podía estar tranquila con esta amenaza a su retaguardia, por lo que Pedro Navarro, propuso al nuevo comandante en jefe, atacarla y conquistarla para España.
El 28 de agosto de 1510, el mes menos propicio para una operación de esta naturaleza, se presentaron las fuerzas conjuntas de Pedro Navarro y García de Toledo. Tras desembarcar las fuerzas directamente al mando del segundo, se pusieron en marcha a través de una tierra calcinada y movediza y arrastrando a mano los cañones.
Sorprende que Pedro Navarro, tan previsor en otras ocasiones, con reconocimientos costeros y con informaciones contrastadas de los movimientos enemigos, no siguiera en esta expedición el mismo procedimiento, tal vez dejó al inexperto comandante en jefe, estos pormenores de planificación.
Las versiones sobre lo ocurrido son contradictorias, algunas indican que Navarro sugirió a su jefe que no avanzara hasta que no hubieran desembarcado todas las fuerzas expedicionarias, pero que este, con la inexperiencia de sus pocos años y ansioso de adquirir notoriedad, lo hizo de forma impulsiva, bajo un sol abrasador y sin que se hubiera desembarcado la impedimenta para apoyar logísticamente a los soldados.
Para darnos idea del paisaje que debieron percibir los soldados españoles en aquellos momentos, el cineasta George Lukas filmó las arenas del planeta Tatooine, precisamente en la isla de Djerba.
La realidad es que a poco sintieron sed, queriendo calmarla en unos pozos que se encontraban cercanos.
Parece ser que García de Toledo quiso impedir la desbandada de los soldados en pos del agua, secundándole los oficiales, pero no se aplicó la disciplina, tal como exigían las circunstancias, seguramente por creerse al amparo del enemigo, de tal manera que en pocos minutos la tropa estaba desarmada, saciando su sed. Los moros, que estaban siguiendo a los españoles desde su desembarco, sin que fueran vistos, aprovecharon el momento y con unos miles de hombres y doscientos jinetes, se abalanzaron sobre los indefensos soldados.
Se creó una situación de pánico, dado que el enemigo atacó con un gran griterío. García de Toledo fue uno de los primeros en morir y con él casi la totalidad de los que componían el primer cuerpo de la expedición.
La historia militar recoge muchas situaciones en donde unas unidades instruidas y aguerridas, en un momento determinado, incluso sin una contingencia real, como el ataque imprevisto del enemigo, se pone en fuga desordenada, sufriendo una gran mortandad. Famoso es en la “guerra de África” de principios del siglo XX, el “desastre de Annual”, en donde más de diez mil soldados españoles, mandado por el general Silvestre, murieron presas de pánico, atacados por unos cientos de rifeños.
Ilustres tratadistas han escrito sobre este tema del “pánico”, uno de ellos, el barón de Jomini, indicó en su “Compendio del Arte de la Guerra”:
“también es necesario preservar a los oficiales, y por medio de ellos a los soldados, de los terrores repentinos que suelen apoderarse de los ejército más valientes, cuando no se les contiene con el freno de la disciplina, por el convencimiento que se les inspire de que el orden en las tropas es prenda de seguridad”.
Y más adelante añade:
“Una tropa de que se ha apoderado el terror pánico, viene a parar al mismo estado de desmoralización, porque una vez introducido el desorden, imposible es restablecer el concierto ni la unión en las voluntades; la voz de los jefes no alcanza a oírse; toda maniobra para restablecer el combate es impracticable, y entonces no se espera más que en una huida vergonzosa” (JOMINI, Baron de. Compendio del Arte de la Guerra o nuevo cuadro analítico de las principales combinaciones de la Estrategia, de la Táctica sublima, y de la Política militar. Escuela de Estado Mayor (reproducción facsímil con fines didáctico). Madrid, 1978. Pág. 134).

En España, aparte del ejemplo del general Silvestre, otro general, Espartero, sufrió el “desastre de Descarga”, en donde perecieron miles de hombres, ante el ataque de un pequeño puñado de jinetes carlistas, falleciendo la mayoría al despeñarse por el monte (VIDAL DELGADO, Rafael. Entre Logroño y Luchana. Campañas del general Espartero. Gobierno de la Rioja, Instituto de Estudios Riojanos y Ayuntamiento de Logroño. Logroño, 2004. Págs 199 y siguientes).
Pedro Navarro que aún no había desembarco, salvó a los pocos supervivientes que alcanzaron la playa, ordenando a la escuadra alejarse de la isla. Murieron más de once mil hombres, salvándose únicamente cuatro mil.
Un tormenta dispersó a la escuadra y bastantes de ellas se perdieron.
Pedro Navarro, volvió a Italia, y aunque siguió al mando de tropas españolas, había perdido el favor del rey, de tal manera que dos años después, vencidos los españoles en la batalla de Ravena, por el duque de Nemour, el general español fue hecho prisionero y viendo que su rey no hacía nada por liberarlo, prestó fidelidad al rey francés.
CONCLUSIÓN
En 1511 finaliza el sueño español en el norte de África. Estando el rey don Fernando en Sevilla, preparando una nueva expedición, recibe la noticia que el rey de Francia ha tomado Pisa, convocando allí un cónclave para sustituir al Papa, por otro cardenal. Vista la situación, que consideraba muy grave, y solicitado auxilio por parte del Pontífice, decidió el rey Católico, posponer todo los concerniente a África, escribiendo a don Diego Hernández de Córdoba que hiciera las paces con el rey moro de Tremecén. Al mismo tiempo envió desde Málaga una fuerza de más de siete mil soldados al mando de Diego de Carvajal, señor de Jódar, el cual desembarcó en Sicilia. También ordenó a Pedro Navarro que cesara cualquier actividad bélica y se embarcara en dirección a la península italiana (SALVÁ, Miguel y SAÍNZ DE BARANDA, Pedro. Documentos inéditos para la Historia de Espana. Tomo VIII. Madrid, 1846. Pág. 191 y siguientes.).
La historia actual hubiera sido otra con el cumplimiento del testamento de Isabel la Católica, pero la opción de la entrada de la casa de Austria en la corona conjunta de Castilla y Aragón, era la peor de cuantas se habían imaginado los Reyes Católicos.
Francia, desafiante al poder hegemónico, primero de Fernando y luego del emperador Carlos, pactó con el imperio otomano, al mismo tiempo que amenazaba a la Iglesia con un nuevo cisma, obligando, a partir de 1511 a paralizar las acciones previstas contra los infieles.
Venecia y Génova, las repúblicas comerciales italianas, poseedoras de las mayores flotas de galeras, siempre estaban más prestos a pactos que le abrieran mercados que abrirlos por la fuerza de las armas.
En un tiempo en donde las noticias circulaban con lentitud aunque firmes, las que llegaban del norte de África no eran esperanzadoras, porque si bien se liberaban cautivos, lo era a costa de una gran cuota de sangre, porque en la lucha contra el Islam no había cuartel.
El desastre de Djerba, cuando llegó a la corte, que en aquel momento se encontraba en Sevilla, debió causar una gran conmoción, no sólo por la muerte del hijo del duque de Alba y heredero suyo, sino por los cientos de caballeros nobles que lo acompañaron en la aventura y que murieron con él, de tal manera que no había ninguna gran familia que no hubiera perdido un miembro de ella en la lejana isla del Mediterráneo.
Rafael Vidal
Málaga, 30 de mayo de 2011
Málaga, 30 de mayo de 2011

FUENTE:
http://portal.protecturi.org/espana-y-el-mediterraneo-conquistas-reales-en-el-norte-de-africa/